18 dic 2009

¡Oh! El rosbif de Inglaterra, el rosbif de la Vieja Inglaterra.

El carburante con el que funciona la ciencia es la ignorancia. La ciencia es como un horno hambriento que hay que alimentar con troncos del bosque de la ignorancia que nos rodea. En el proceso, el claro que llamamos conocimiento se extiende, pero cuanto más se extiende, más largo es su perímetro y más ignorancia se hace visible. Antes del descubrimiento del genoma no sabíamos que en el corazón de cada célula había un documento de una longitud de tres mil millones de letras de cuyo contenido no conocíamos nada. Ahora, después de haber leído algunas partes de ese libro, tenemos conocimiento de una miríada de nuevos misterios.
El tema es el misterio. A un verdadero científico le aburre el conocimiento; lo que le motiva es el asalto a la ignorancia, los misterios que han revelado los descubrimientos previos. El bosque es más interesante que el claro. En el cromosoma 20 se encuentra un bosquecillo de misterio tan irritante y fascinante como ninguno. Ya ha merecido dos premios Nobel simplemente por la revelación de que está ahí, pero se resiste tenazmente a que lo talen para convertirse en conocimiento. Y, como si nos recordara que el conocimiento esotérico tiene la costumbre de cambiar el mundo, un día de 1996 se convirtió en una de las cuestiones políticas más incendiarias de la ciencia.
Genoma, Matt Ridley

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